jueves, 8 de mayo de 2008

No somos nada

Una de las descripciones más angustiosas del infierno es la que incluyen D. Enoch y H. Ball en su libro Síndromes raros en Psicopatología: el delirio de negación o síndrome de Cotard es un trastorno mental que se caracteriza porque el paciente insiste en que está muerto, en que algún miembro de su cuerpo se halla en descomposición o en que le falta alguno de sus órganos internos. Pero en los casos más graves, el afectado (paradójicamente) sostiene al mismo tiempo que es inmortal, que no existe la realidad exterior ni el tiempo ni el yo y que, por lo tanto, se halla condenado a vagar para siempre en el reino del no-ser sin posibilidad de que nada, ni la muerte (porque ya ha muerto y es inmortal), pueda liberarlo de ese estado:

Tras ser dada de alta, y tras un periodo inicial de mejoría, se produjo una reagudización de su enfermedad. Se volvió extremadamente reservada y tuvo que ingresar en otra clínica, donde ella aseguraba: "todo está muerto dentro y fuera de mí" Estaba absorta en lo que Martis describió vívidamente como "su propio abismo de abatimiento". Solo en contadas ocasiones respondía a las preguntas que se le hacían o realizaba verbalizaciones espontáneas. En una ocasión, señaló el paisaje a su alrededor, y dijo que todo lo que la rodeaba, "el sol, la tierra y todas las estrellas, no existen". Ella creía ser la única superviviente de la explosión inicial que había creado el mundo, y que vagaba por un mundo vacío como una "estrella carbonizada". Creía que incluso el tiempo había sido consumido, y que, en consecuencia, estaba condenada a vagar eternamente en esta forma.

Las interpretaciones modernas sobre la estructura última del universo parece que dan la razón a los pacientes del síndrome. Desde hace tiempo se intuye que el tiempo es una magnitud sobre cuya existencia se puede albergar un sano escepticismo. Pero las cosas existían, porque se podían tocar. Bueno, pues ya no. La física teórica afirma que el universo está vacío, y que en realidad los cuerpos sólidos son configuraciones provisionales de energía, como un sistema discontinuo y bastante inestable de partículas subatómicas. Uno, cuando lee esto, se desazona, porque si era cosa de locos, vale, pero si hasta los propios científicos (sobre los que, como con el tiempo, también nos convendría observar un sano escepticismo) nos dicen que somos una sopa de partículas, como una matrioska..., digo yo, ¿y ahora, qué, los sacamos del manicomio?



1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado pensador, estas reflexiones tuyas merecerían algo más que ser visitadas por unos pocos blogueantes perdidos, como yo, en este océano variopinto que es internet. Dicho esto, me pregunto: ¿y qué? ¿Qué importancia tiene la realidad de otros (sea real o no, y valga la ridundancia)si la mía es la que es? Si los demás piensan vivir en un mundo que en realidad no es, o si incluso este mundo no existe, a mí, sinceramente, no me importa demasiado. Porque desgraciadamente tengo que seguir pagando un alquiler a una petarda que cuelga sus inmensa ropa interior en el patio de luces de donde entra a todas horas, en mi habitación, esta luz mortecina, un insufrible olor a fritanga y los pedos (con posteriores, más líquidos, ruidos) del vecino, cuya salle de bain da hacia mi única ventana. ¿Esta realidad no existe? Mejor.

Un día de campo

Un día de campo
Por aquí suelo pasear

Un día de campo

Un día de campo
Esto está cerca de mi pueblo