Perdón por el abandono, pero he tenido una semana realmente ajetreada; además, se me han acumulado muchos comentarios, que iré colgando en los próximos días.
Decía el otro día Rosa Montero en la última de El País que los Estados Unidos, además de ser muchas veces el ejemplo de lo que no queremos ser (pero que sin duda acabaremos siendo), también tienen sus cosas buenas. La columna trataba de la supuesta levedad de las condenas contra crímenes en los que se da un grado excepcional de crueldad o que conmueven especialmente por sus agravantes. La cuestión es que yo siempre me he preguntado cómo es posible que en un país tan propenso a las venganzas viscerales, al "a ese hay que cogerlo y ..." (virgiliana aposiopesis) haya un sistema bajo la permanente acusación de indulgencia. Cuando pregunté a mis alumnos, comprobé que la mayoría se adhería sin asomo de duda al principio de reciprocidad penal, lo que los ingleses llaman retaliation, es decir, el Talión bíblico, puro y duro. No solo eran mayoría, sino que además eran ciertos alumnos, especialmente sensibles al trato sádico que les dan los profesores, los que más duramente reclamaban severidad inflexible contra los delincuentes. Los mismos alumnos que, con una constancia indesmayable digna de mejor causa, se quejan de que algo es injusto, de que no hay derecho, de que los profesores son muy duros..., esos, esos precisamente, pedían la pena de muerte para cualquier delito más grave que aparcar en doble fila.
Lo que me condujo a la siguiente reflexión, que les expuse al día siguiente: aunque creo que esas opiniones no son suyas, y por lo tanto es probable que las vayan modificando poco a poco, me apena mucho ver que siendo tan jóvenes piensen como carcamales carcundas. Causa cierta tristeza comprobar que a los quince años hay corazones encallecidos como los de los fariseos que esperaban a que Jesús curase a alguien en sábado para poder acusarle (maravillosa descripción evangélica de la suspicacia dominante hoy. El pasaje de San Marcos dice: ¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla? Pero ellos callaban. Entonces, mirándolos con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: "Extiende la mano". Él la extendió y quedó restablecida su mano, Mc 3, 4-6). Bien, se extiende como un virus el comportamiento del fariseo, muy bien descrito por Ferlosio en varios artículos: aquel que dice, mientras se da golpes en el pecho: "Gracias, Señor, porque no soy como ese miserable publicano pecador". Gracias pues, Señor.
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