Hace tiempo solían emitir en El Informal un apartado francamente hilarante que se titulaba "¡Pero qué tontos son estos americanos!" (vago recuerdo de la obelixiana "¡Están locos estos romanos!"), en el que se acumulaban disparates y extravagancias de tipos imposibles fuera de Montana o Wyoming. Uno llegaba a pensar de verdad que los EE. UU. eran una especie excéntrica. Y esa idea abunda por aquí, donde nos complace pensar que los estadounidenses son tontos de remate y nosotros, los más listos del universo mundo; pero una vez dicho esto, tampoco nadie se consigue explicar por qué ellos están donde están y nosotros estamos donde estamos, si no es apelando a ciertas esotéricas e inexplicadas influencias.
Lo cierto es que eso no es así, incluso si nos olvidamos por un momento de la dichosa manía de hablar de países y continentes como si habláramos de personas (eso de referirse a 'los europeos' y 'los estadounidenses' así, a bulto, cuando de cada hay más de 300 millones, es algo osado: ¿de verdad son todos "así"? ¿No hay ni uno distinto?). Bien, pues uno de los rasgos más característicos de la gente de allí, y que ocasionalmente aparece reflejado en películas y series (¡Anda, otra cosa que hacen mejor que nosotros!) es que todavía se creen pioneros; es decir, creen que todavía viven en el siglo XIX y que tienen que luchar contra los casacas rojas, contra los indios y contra los ganaderos, contra los hermanos Dalton y Billy el Niño, que cualquiera de ellos puede aparecen en cualquier momento en la puerta del saloon y que todos los desenlaces pueden ser el del rosario de la aurora. Lo cual tiene sus ventajas y sus desventajas: las desventajas las vemos todos los días en la tele (brutales desigualdades, violencia desatada, el reinado de la anomia), pero las buenas, no. Y también las hay, aunque por aquí se les tenga poco aprecio (o no se consideren virtudes en absoluto). Bueno, pues por lo menos para mí tiene cierto mérito esa independencia del Estado que demuestran los habitantes de EE. UU., ese escepticismo hacia el gobierno que les lleva a sospechar de conspiraciones y maquiavelismos (casi siempre con razón), esa suspicacia con la que hablan de la 'gente del gobierno' que se inmiscuye en sus vidas. Esa suspicacia es algo que nos resulta completamente extraño, porque confiamos ciegamente en el Leviatán, porque de hecho nos hemos entregado a él y esperamos que nos saque de todos los aprietos (que nos dé de comer, que nos mantenga cuando estemos en el paro, que nos pague la jubilación, que nos proteja de los malos...), sin que nosotros, después de firmar el pacto, tengamos que poner nada de nuestra parte. Ahora bien, luego pasa lo que ha pasado en Coslada, y llega un tío y se hace de verdad el sheriff de un pueblo, y cuando viene a reclamarnos la extorsión nadie puede recurrir al Estado para que nos proteja, porque el estado, como Luis XIV, es él. Y entonces echamos de menos el espíritu pionero de los americanos.
1 comentario:
Bueno, sin que pongamos nada de nuestra parte, no. De hecho, todo el dinero que tiene, hasta lo que malgasta, se lo damos nosotros; o sea que no nos regala nada, bien al contrario. En realidad, ese dinero es nuestro y todos los servicios que esperamos recibir a cambio también lo son.
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