sábado, 31 de mayo de 2008

Y ahora, ¿qué?

Con las historias basadas en la búsqueda de un tesoro ocurre algo parecido a la anécdota sobre Pirro (extraída de las Vidas Paralelas) que contaba De Quincey a propósito de las conspiraciones; dice Plutarco que le preguntaban a Pirro por qué esa obsesión en extender la guerra a Grecia, a Italia, a Asia, si el objetivo final era simplemente disfrutar de una vida fácil y muelle, algo que se podía conseguir sin tanta sangre y sufrimiento. Con las conspiraciones, sostenía de Quincey, pasa lo mismo: ¿para qué tantas maquinaciones, si el objetivo último es disfrutar sencillamente de la vida? Bueno, pues cuando veo una película en la que se persigue un tesoro siempre me pregunto qué van a hacer con él cuando lo encuentren, o lo triste y vacía que será a partir de ese momento la vida de quienes la habían basado en esa búsqueda. Por eso creo que todas las películas de este tipo suelen terminar en un anticlímax, casi siempre con la pérdida del premio en el último momento: la pérdida es necesaria, porque si no la sensación es de intensa melancolía. Es lo que ocurre con una de mis películas preferidas, Los Goonies, o con una más moderna, La búsqueda. Esta última es el ejemplo perfecto, porque además es muy mala: cuando acaba uno se pregunta qué va a hacer a partir de ese momento Nicolas Cage, que había dirigido toda su vida a ese instante. ¿Para qué quiere esas inmensas riquezas si ha perdido lo único que daba sentido a su vida?

jueves, 29 de mayo de 2008

¿Y si realmente tienen ideas propias?

El esperpento del Tribunal Constitucional ha vuelto a ser noticia por la muerte de uno de los jueces 'conservadores'. La polémica, que seguida con cierta constancia parece un vodevil (alguien que lo hiciera no podría más que dudar de la seriedad del país en el que pasara esto, y con tanta frecuencia), parte de un prejuicio bastante extendido entre los intérpretes de tan elevadas cuestiones: el de que doce de los señores más inteligentes y jurídicamente competentes del país se comportan como marionetas de no se sabe qué insondables y arcanos poderes y respondan con tanta disciplina a sus consignas. Tal y como uno lee la noticia en El País, podría pensarse que los jueces solo se dividen en tres categorías: buenos, títeres y soplapollas. Quiero creer que estos nobles señores tendrán ideas propias, independientes de las de quienes les han elegido y distintas de las de los redactores del periódico (cada vez, por cierto, más institucionalizado); el único problema es que son conservadores y que, por lo tanto, van a coincidir muchas veces cuando tengan que considerar asuntos políticos. Pero esto no quiere decir que obedezcan a nadie; simplemente su forma de razonar es distinta, abominable quizás, pero consistente desde un punto de vista jurídico, que es lo que importa. Más grave me parece, con todo, la imagen del tribunal que han proyectado los medios, que obedece, creo yo, a un intento de socavar (bonita palabra) la autoridad de sus fallos y la viabilidad del sistema. No deberían conseguirlo.

lunes, 26 de mayo de 2008

Crímenes perfectos

A todos nos consuela pensar que no existe el crimen perfecto: que todos los casos de desapariciones misteriosas acaban por resolverse satisfactoriamente (desde un punto de vista policial) y que todos los culpables responderán ante la ley, ante su conciencia o ante alguna autoridad de las postrimerías. De hecho, así nació la idea del juicio escatológico: la comprobación de que el bueno no recibía la debida recompensa, y el malvado, el merecido castigo, llevó primero a pensar que los delitos que se cometían en este mundo podía no pagarlos el que los había cometido, sino sus descendientes. Es la culpa heredada que aparece en la tragedia griega. Como esa idea resulta injusta incluso para una mentalidad primitiva, la siguiente solución fue imaginar que existía un tribunal infalible en el más allá. Resulta extraño comprobar que esta idea, tan disparatada como la anterior, ha tenido sin embargo un éxito arrollador, y que todavía sigue vigente. Luego los cristianos inventaron lo de la conciencia, bastante más eficaz para atormentar almas cándidas, pero que no sé yo si funcionará para las demás. El caso es que, por una o por otra, estoy seguro yo de que el mundo está lleno de espantosos criminales que han perpetrado sus fechorías sin que la policía ni los jueces sepan nada de ellas, que duermen tranquilamente todas las noches y que no irán al infierno (o no les importa demasiado). Yo, sinceramente, prefiero que los pille la policía (y no ser descendiente de ninguno, por si acaso); porque el infierno no sé, pero Carabanchel, existe.

jueves, 22 de mayo de 2008

La guerra de las estrellas (Michelin)

Seguro que os habéis enterado ya de la polémica desatada por unas declaraciones explosivas de Santi Santamaria (cocinero con seis estrellas Michelin) en las que sostenía vehementemente que toda la nueva cocina española surgida en la estela de Ferran Adrià es una burla, además de un atentado contra el paladar y la salud (y el bolsillo, añadiría yo) de sus privilegiados clientes.

Lo cual suscita varias y enjundiosas reflexiones:

Primera: ¿Qué clase de comida sirve Santi Santamaria? Ahí va el menú de primavera que tenéis disponible en su página web:
Habas a la gelée con sepia
Navajas, cardos y tuétano
Migas a mi historia, huevos de codorniz y crustáceos
Pescado al vapor con guisantes "ofegats"
"Pilota" de cerdo, espárragos y piñones
Nabo y ciruelas con foie a la brasa
Pato de sangre con escaluñas (mínimo dos personas ) o
Ris de veau con cebolla tierna
Quesos Fabes
Bizcocho con confitura y sorbete de naranja sanguina
Fresas con verbena y limón
Petits fours

No es nada comparado con lo que se ve últimamente, pero de ahí al chuletón hay un buen trecho.

Segunda: ¿Por qué coincide esta polémica con el lanzamiento de su nuevo libro? ¿Por qué, de hecho, estoy hablando yo de Santi Santamaria en lugar de comentar sabrosos e instructivos episodios de las Historias de Heródoto?

Tercera: ¿Por qué coincide la opinión de Santamaria con lo que piensa el 90 % de la gente y, sin embargo, a los ojos de esa misma gente, él adolecería de las mismas aberraciones que denuncia?

En fin, todo es muy complicado, pero yo no me fiaría mucho de alguien que criticara toda pintura moderna y luego tuviera el salón de su casa lleno de Rothkos y De Koonings.

martes, 20 de mayo de 2008

Náusea

Proliferan últimamente anuncios de conocidas marcas del sector (encarnación, si hay alguna, de Luzbel: eléctricas, gas y petróleo). Todos son preciosos, en todos aparecen niños y jóvenes en idílicos paisajes de colores imposibles, todos conmueven y apelan a nuestra sensibilidad ecológica y a nuestra responsabilidad con el futuro. No intentan vendernos un producto, porque de hecho el mensaje no es “Contrate nuestros servicios”, no venden nada. En principio, parece que lo único que quieren es comunicarnos su arrepentimiento y su propósito de enmienda, para lo que solicitan nuestra colaboración: “Por tus hijos, por los hijos de tus hijos” (ENDESA), “Inventemos el futuro” (REPSOL)... Pero, en realidad, lo que dicen esos mensajes es: “La catástrofe no es culpa nuestra; nosotros solo les hemos dado lo que nos han pedido, pero aun así, a pesar de que son ustedes los culpables, porque sin sus insaciables demandas nosotros nunca habríamos destruido el planeta, a pesar de todo eso, a pesar de todo, vamos a ayudarles. Y además, más barato que los demás”. Se olvidan de mencionar las fabulosas ganancias a las que les han arrastrado su generosidad, su rapacidad lasciva y su codicia sin límite. Creo que se entendería mejor así (a mí, por lo menos, me resultaría menos abominable), reconociendo sus intenciones, porque lo otro resulta demencial, o terrorífico, o las dos cosas. Así que no. Vale, pero no cuela. Y que no le hagan a uno acordarse de sus hijos, ni de los hijos de sus hijos.

lunes, 19 de mayo de 2008

Pioneros

Hace tiempo solían emitir en El Informal un apartado francamente hilarante que se titulaba "¡Pero qué tontos son estos americanos!" (vago recuerdo de la obelixiana "¡Están locos estos romanos!"), en el que se acumulaban disparates y extravagancias de tipos imposibles fuera de Montana o Wyoming. Uno llegaba a pensar de verdad que los EE. UU. eran una especie excéntrica. Y esa idea abunda por aquí, donde nos complace pensar que los estadounidenses son tontos de remate y nosotros, los más listos del universo mundo; pero una vez dicho esto, tampoco nadie se consigue explicar por qué ellos están donde están y nosotros estamos donde estamos, si no es apelando a ciertas esotéricas e inexplicadas influencias.
Lo cierto es que eso no es así, incluso si nos olvidamos por un momento de la dichosa manía de hablar de países y continentes como si habláramos de personas (eso de referirse a 'los europeos' y 'los estadounidenses' así, a bulto, cuando de cada hay más de 300 millones, es algo osado: ¿de verdad son todos "así"? ¿No hay ni uno distinto?). Bien, pues uno de los rasgos más característicos de la gente de allí, y que ocasionalmente aparece reflejado en películas y series (¡Anda, otra cosa que hacen mejor que nosotros!) es que todavía se creen pioneros; es decir, creen que todavía viven en el siglo XIX y que tienen que luchar contra los casacas rojas, contra los indios y contra los ganaderos, contra los hermanos Dalton y Billy el Niño, que cualquiera de ellos puede aparecen en cualquier momento en la puerta del saloon y que todos los desenlaces pueden ser el del rosario de la aurora. Lo cual tiene sus ventajas y sus desventajas: las desventajas las vemos todos los días en la tele (brutales desigualdades, violencia desatada, el reinado de la anomia), pero las buenas, no. Y también las hay, aunque por aquí se les tenga poco aprecio (o no se consideren virtudes en absoluto). Bueno, pues por lo menos para mí tiene cierto mérito esa independencia del Estado que demuestran los habitantes de EE. UU., ese escepticismo hacia el gobierno que les lleva a sospechar de conspiraciones y maquiavelismos (casi siempre con razón), esa suspicacia con la que hablan de la 'gente del gobierno' que se inmiscuye en sus vidas. Esa suspicacia es algo que nos resulta completamente extraño, porque confiamos ciegamente en el Leviatán, porque de hecho nos hemos entregado a él y esperamos que nos saque de todos los aprietos (que nos dé de comer, que nos mantenga cuando estemos en el paro, que nos pague la jubilación, que nos proteja de los malos...), sin que nosotros, después de firmar el pacto, tengamos que poner nada de nuestra parte. Ahora bien, luego pasa lo que ha pasado en Coslada, y llega un tío y se hace de verdad el sheriff de un pueblo, y cuando viene a reclamarnos la extorsión nadie puede recurrir al Estado para que nos proteja, porque el estado, como Luis XIV, es él. Y entonces echamos de menos el espíritu pionero de los americanos.

viernes, 16 de mayo de 2008

Fariseos

Perdón por el abandono, pero he tenido una semana realmente ajetreada; además, se me han acumulado muchos comentarios, que iré colgando en los próximos días.

Decía el otro día Rosa Montero en la última de El País que los Estados Unidos, además de ser muchas veces el ejemplo de lo que no queremos ser (pero que sin duda acabaremos siendo), también tienen sus cosas buenas. La columna trataba de la supuesta levedad de las condenas contra crímenes en los que se da un grado excepcional de crueldad o que conmueven especialmente por sus agravantes. La cuestión es que yo siempre me he preguntado cómo es posible que en un país tan propenso a las venganzas viscerales, al "a ese hay que cogerlo y ..." (virgiliana aposiopesis) haya un sistema bajo la permanente acusación de indulgencia. Cuando pregunté a mis alumnos, comprobé que la mayoría se adhería sin asomo de duda al principio de reciprocidad penal, lo que los ingleses llaman retaliation, es decir, el Talión bíblico, puro y duro. No solo eran mayoría, sino que además eran ciertos alumnos, especialmente sensibles al trato sádico que les dan los profesores, los que más duramente reclamaban severidad inflexible contra los delincuentes. Los mismos alumnos que, con una constancia indesmayable digna de mejor causa, se quejan de que algo es injusto, de que no hay derecho, de que los profesores son muy duros..., esos, esos precisamente, pedían la pena de muerte para cualquier delito más grave que aparcar en doble fila.

Lo que me condujo a la siguiente reflexión, que les expuse al día siguiente: aunque creo que esas opiniones no son suyas, y por lo tanto es probable que las vayan modificando poco a poco, me apena mucho ver que siendo tan jóvenes piensen como carcamales carcundas. Causa cierta tristeza comprobar que a los quince años hay corazones encallecidos como los de los fariseos que esperaban a que Jesús curase a alguien en sábado para poder acusarle (maravillosa descripción evangélica de la suspicacia dominante hoy. El pasaje de San Marcos dice: ¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla? Pero ellos callaban. Entonces, mirándolos con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: "Extiende la mano". Él la extendió y quedó restablecida su mano, Mc 3, 4-6). Bien, se extiende como un virus el comportamiento del fariseo, muy bien descrito por Ferlosio en varios artículos: aquel que dice, mientras se da golpes en el pecho: "Gracias, Señor, porque no soy como ese miserable publicano pecador". Gracias pues, Señor.

sábado, 10 de mayo de 2008

Últimas palabras

Uno se imagina el momento supremo en circunstancias apacibles y consoladoras y piensa que tendrá tiempo para pronunciar unas palabras que, obviamente, quedarán debida aunque misteriosamente registradas. A mí me gustaría ser como el protagonista de la anécdota que cuenta J. Griffin en la traducción castellana de uno de sus libros sobre Homero (que paso a incluir en la lista; si te gusta algo la Antigüedad, deberías estar leyéndolo en lugar de perder el tiempo delante del ordenador):


Tenemos un impresionante ejemplo de la inspiración de un espíritu verdaderamente aristocrático en un relato contemporáneo de lord Granville, Presidente del Consejo en 1762, durante la elaboración del texto del Tratado de París. Robert Wood, que le trajo el documento un día antes de la muerte de Granville, es quien nos cuenta la anécdota: "Lo encontré tan lánguido que le propuse demorar mi asunto para otra ocasión; pero él insistió en que yo debía quedarme, diciéndome que el posponer su deber no iba a prolongar su vida, y repitió el siguiente pasaje del discurso de Sarpedón (12. 310-328) que Granville citó en griego:


"Mi buen amigo, si, por huir de este combate, hubiéramos de ser ya para siempre exentos de vejez e inmortales, ni yo mismo en vanguardia lucharía ni a ti te enviara a la batalla que da gloria a los hombres; mas ahora, sin embargo, pues las diosas funestas de la muerte penden sobre nosotros a millares, a las que no es posible que un mortal consiga escapar o esquivar, vayamos a ver si otorgamos gloria a alguien o bien alguien nos la otorga a nosotros."

Su señoría repetía la última palabra ('vayamos' en esta traducción) varias veces, con calma y decidida resignación; y tras una grave pausa de algunos minutos, deseó oír la redacción dada al Tratado, al que prestaba la máxima atención.


Lord Granville tuvo un testigo que seguramente también conocía el texto griego; si no, podría haber acabado diciendo que Granville ya estaba chocheando, y deliraba hasta el punto de haber comenzado a balbucear una jerga ininteligible e infantil. Bueno, yo me imagino algo parecido(que conste que me aprendí el pasaje de memoria), pero la realidad es que, cuando ocurra, seguro que nos pilla desprevenidos, y no nos da tiempo más que a exclamar:"¡Hala, mira qué ola más grand...!" .

jueves, 8 de mayo de 2008

No somos nada

Una de las descripciones más angustiosas del infierno es la que incluyen D. Enoch y H. Ball en su libro Síndromes raros en Psicopatología: el delirio de negación o síndrome de Cotard es un trastorno mental que se caracteriza porque el paciente insiste en que está muerto, en que algún miembro de su cuerpo se halla en descomposición o en que le falta alguno de sus órganos internos. Pero en los casos más graves, el afectado (paradójicamente) sostiene al mismo tiempo que es inmortal, que no existe la realidad exterior ni el tiempo ni el yo y que, por lo tanto, se halla condenado a vagar para siempre en el reino del no-ser sin posibilidad de que nada, ni la muerte (porque ya ha muerto y es inmortal), pueda liberarlo de ese estado:

Tras ser dada de alta, y tras un periodo inicial de mejoría, se produjo una reagudización de su enfermedad. Se volvió extremadamente reservada y tuvo que ingresar en otra clínica, donde ella aseguraba: "todo está muerto dentro y fuera de mí" Estaba absorta en lo que Martis describió vívidamente como "su propio abismo de abatimiento". Solo en contadas ocasiones respondía a las preguntas que se le hacían o realizaba verbalizaciones espontáneas. En una ocasión, señaló el paisaje a su alrededor, y dijo que todo lo que la rodeaba, "el sol, la tierra y todas las estrellas, no existen". Ella creía ser la única superviviente de la explosión inicial que había creado el mundo, y que vagaba por un mundo vacío como una "estrella carbonizada". Creía que incluso el tiempo había sido consumido, y que, en consecuencia, estaba condenada a vagar eternamente en esta forma.

Las interpretaciones modernas sobre la estructura última del universo parece que dan la razón a los pacientes del síndrome. Desde hace tiempo se intuye que el tiempo es una magnitud sobre cuya existencia se puede albergar un sano escepticismo. Pero las cosas existían, porque se podían tocar. Bueno, pues ya no. La física teórica afirma que el universo está vacío, y que en realidad los cuerpos sólidos son configuraciones provisionales de energía, como un sistema discontinuo y bastante inestable de partículas subatómicas. Uno, cuando lee esto, se desazona, porque si era cosa de locos, vale, pero si hasta los propios científicos (sobre los que, como con el tiempo, también nos convendría observar un sano escepticismo) nos dicen que somos una sopa de partículas, como una matrioska..., digo yo, ¿y ahora, qué, los sacamos del manicomio?



miércoles, 7 de mayo de 2008

Pelo

Los representantes de los países más poderosos se han reunido en una convención contra el hambre y el analfabetismo, cuyo programa consta de sesiones plenarias con los siguientes títulos:
-"La insuficiencia nutricional: causas y consecuencias",
-"Subdesarrollo y ecología: la interacción de dos fenómenos relacionados",
-"¿Qué es 'estar bien'? Perspectivas globales para el nuevo milenio",
y otros parecidos. Tras leer montañas de papeles y estadísticas, los expertos se van a celebrar el éxito del congreso con una cena de 200 napos en el Bulli de turno.

¿Sarcástico? Bueno, pues eso es lo que ocurre constantemente en educación (no sé si ocurre en otras áreas como la que aparece en el ejemplo). Los profesores deben acudir periódica y regularmente a una serie de cursos que, como el congreso ficticio, se organizan en torno a exposiciones teóricas con títulos tan rumbosos como "Las competencias clave y las disfunciones cognitivas en el área de Lengua: estrategias y soluciones" (tranquilos, es inventado). Tras soportar horas de tediosas, abstractas y prolijas exposiciones, ni siquiera tienen el consuelo de la merendola. La cuestión es que esos cursos sobre los problemas de la educación han servido para solucionar los problemas de la educación exactamente en la misma medida en que el congreso contra el hambre ha contribuido a acabar con el hambre. Una tomadura de pelo (y a mí, con la guedeja, ni una bromita, señores).

martes, 6 de mayo de 2008

Enciclopedia

Se ha olvidado, pero la etimología lo dice claramente: es el saber redondo, el conocimiento circular que pretende ofrecer una imagen racional del mundo. De ahí viene la universidad, de la idea de que quienes terminaran estos estudios tendrían una visión más completa y exacta de la realidad, que sabrían interpretar mejor lo que pasaba a su alrededor. Los caballeros que fundaron las universidades con estas ideas (algo ingenuos, por cierto) quedarían hoy espeluznados; no lo digo solo por Bolonia (¡pobre Bolonia!), porque Bolonia no es más que un reflejo de lo que pide la sociedad. Y la sociedad no reclama hoy humanistas, sino software.

Pero no nos confundamos: la universidad no se hizo para esto; estas cosas, igual que los puentes o las cafeteras, con ser todas muy necesarias y mejorar notablemente nuestra vida, las hacen los técnicos. Muy dignamente, que conste, pero deberían aprenderse en unos estudios superiores que formaran a competentes y maravillosos artesanos, no en la universidad. Serían los gremios del siglo XXI (incluso se les podría dedicar alguna calle, como antes: Calle de los Desarrolladores de software, calle de C++, etc.). Para los que quieran algo más, la universidad. Que, para empezar, podría constar, como en la Edad Media, de un trivio y un cuadrivio. Ojo, no serían enseñanzas incompatibles; así, uno podría cursar primero unos estudios generales (¿por qué se llamarían así?) y después otros especializados, o al revés. Propongo, además, que una de las asignaturas del trivio fuera Filosofía; todos los que quisieran conseguir ese grado superior tendrían que estudiar no solo las principales doctrinas filosóficas, sino también varias ramas específicas (Filosofía del Lenguaje, Filosofía de la Ciencia, Historia de las Ideas...). Habría que desarrollarlo todo un poco más, pero peor no iba a salir, ¿no?

sábado, 3 de mayo de 2008

Amigos del Reform's Club

La vida ideal se acerca bastante a la que lleva Phileas Fogg al principio de La vuelta al mundo...: ir al club, leer los periódicos, comer allí mismo, leer los periódicos de la tarde, practicar la conversación y algún entretenimiento caballeresco...; observar, en definitiva, una rutina calculada al segundo, sin sobresaltos, entre periódicos y respetables (aunque pérfidos) lores. Es ideal porque uno no puede, al mismo tiempo, llevar una vida normal y leer los periódicos con la actitud adecuada. Lo digo porque este sábado, por ejemplo, Babelia trae varios artículos que merecen la pena, y te da mucha rabia tener que abandonar su lectura para llevar a cabo satisfactoriamente y con feliz resultado tareas como comer o afeitarse, triviales y engorrosas, aunque necesarias para la conservación de la especie. Pero es que a la lectura de los diarios hay que sumar la de los semanales, quincenales, mensuales... Así que no me extraña que se dejen de leer los libros que reseñan las revistas de libros. Si lo pensamos bien, lo que recordamos de un libro puede condensarse en 20 líneas, y así podemos presumir además de una opinión autorizada sobre el tema. Mi propuesta, por lo tanto, es fundar aquí una versión local del Reform's Club, para lo que solo haría falta una moderada inversión de nuestro socio capitalista y solucionar un pequeño inconveniente: ¿de dónde sacamos a los respetables (y pérfidos) lores?

jueves, 1 de mayo de 2008

Paralipomena (yo también estoy de puente)

Las vacaciones solo admiten dos desenlaces: éxito apoteósico o tragedia griega. Uno pregunta qué tal las vacaciones, y las respuestas son incondicionales; sabemos por experiencia que las cosas no son así, que por lo general las vacaciones no han pasado de un vulgar pscha, lo mismo en Katmandú que en el pueblo de la abuela; lo que ocurre es que cuesta reconocer que uno ha invertido un potosí para no pasarlo mucho mejor que en casa; nuestra experiencia tiene que ser memorable. Por eso, salvo hecatombe (que también es un éxito, no nos equivoquemos), procuraremos ocultar el aburrimiento, el cansancio y las ganas de no haber salido nunca que nos asaltaron y reinventar, cuando nos lo pregunten, cómo habrían sido nuestras vacaciones ideales. Lo que significa que, en realidad, viajamos por una cuestión de imagen, para los demás, y que la ultima ratio de las vacaciones (el descanso) ha quedado olvidada entre las ficciones con las que justificaremos nuestro gasto.

La coincidencia de estímulos contradictorios suele llevar a la parálisis; pero sucede a todas horas con el sexo; ¿cómo no van a estar enfermos los miembros de una sociedad sexualizada hasta extremos clínicos y al mismo tiempo levítica y puritana? Eso necesariamente ha de conducir al desequilibrio y a la aberración; yo no consigo salir de mi asombro y no dejo de preguntarme cómo todavía hay gente normal y no nos han ingresado a todos en el frenopático.

Amigos, aprovechad este puente para ir a ver una peli, porque no van a durar mucho. En los últimos días me he visto defendiendo dos veces la decadencia del formato cinematográfico; parece que lo que quiero decir es que no me gusta el cine, pero no es así. Lo que sostengo es bien obvio, y es que el DVD y los canales digitales han acabado con las demás pantallas. El cine tenía sentido cuando uno estaba atado a las programaciones y tenía una tele de pena. Pero eso se ha acabado, y si todavía va alguien a las multisalas es por nostalgia o por invitar a la chica (que es muy buena razón). Por 6 € uno puede ver la película que quiera, cuando quiera, quedarse dormido, rebobinar, darle al pause... Y además, también puede invitar a la chica, y no se arruina.

Un día de campo

Un día de campo
Por aquí suelo pasear

Un día de campo

Un día de campo
Esto está cerca de mi pueblo