No, no es una nueva versión de una peli japonesa de miedo. Para los que no la conozcan, se trata de una cita de Wilamowitz (no doy más explicaciones: buscadlo en la Wikipedia inglesa), en la que afirmaba que la tradición había muerto y que había que resucitarla, como en el nekyomanteion de la Odisea, con la sangre de los filólogos (¡glups!).
Cualquiera habrá podido comprobar que todas las profesiones forman sectas en las que cierto conocimiento secreto establece el límite entre sus miembros y los no iniciados. Bien, esto es especialmente válido en el caso de las Clásicas; no es que le torturen a uno si no conoce las novedades bibliográficas acerca del orfismo (un saludo, Marco), pero...
Al margen de la naturaleza aristocrática de los estudios clásicos, es cierto que toda la tradición depende de un número muy reducido de scholars. Si desaparecieran de golpe esos filólogos (no más de mil o dos mil), nadie sabría editar un texto en griego o traducirlo; se perderían todos los textos originales de la Antigüedad y la posibilidad de recuperarlos, como en una nueva Edad Media (pero sin monasterios). Los efectos de esta ignorancia se advierten ya; no hay más que ver el maltrato que sufre el griego en editoriales aparentemente tan dignas como Siruela (¿de verdad es tan difícil contratar a alguien que revise los textos originales o que les diga que "el Eumenides" es u-na bar-ba-ri-dad?). Los de la secta son conscientes de esa responsabilidad, que no les parece penosa, sino un privilegio del que se enorgullecen. Por eso, cuando escuchéis que alguien (como estoy haciendo yo ahora) se lamenta del estado de las Clásicas, y afirme que es necesario fomentar su estudio y que todo el mundo debería leer a Heródoto y a Platón, no os lo creáis. A ningún miembro del conventículo le gustaría que su saber se devaluara, así que no tiene ningún interés en extender la marca que lo distingue del resto de los mortales.
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