Sorprende comprobar que la Filología Clásica (las Litterae Humaniores o, como dice la facultad de Oxford —¿alguien podría explicarme por qué?—, Literae Humaniores) goza todavía de un prestigio exagerado. Incluso durante el actual principado de Mammon, cuando alguien revela accidentalmente que ha estudiado latín y griego, la reacción más habitual no es la de un más que comprensible desprecio por lo absurdo, sino de admiración y curiosidad: Veblen lo menciona en La teoría de la clase ociosa, y yo no he encontrado mejor explicación, pero resulta que las Clásicas tienen un valor notable: no porque sirvan para algo, sino precisamente porque no sirven para nada. Pura luxuria. Se trata de un valor exclusivamente suntuario, antieconómico, como las manifestaciones exuberantes del color en la naturaleza, y por eso resulta tan apreciado, por su signo aristocrático, contrario a la inmediatez. Eso, y la tendencia a la comodidad, que convierte la fascinación por un pasado remoto en una serie de conocimientos superficiales y deshilvanados. La familiaridad con la tradición cuesta, y nuestra sociedad favorece el mito, al que se accede con más facilidad.
Continuará.
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Un día de campo
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Un día de campo
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1 comentario:
¡Vivan las Clásicas!
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