Montaigne, ahora de moda por la flamante edición de Acantilado, dedica uno de sus capítulos más inspirados a la fuerza de la costumbre (el título del comentario es una cita de Cicerón):
Pues es en verdad la costumbre, violenta y traidora maestra de escuela. Poco a poco, a la chita callando, nos pone encima la bota de su autoridad; mas con este suave y humilde principio, al haberla asentado y plantado con la ayuda del tiempo, nos descubre de pronto un furioso y tiránico rostro, contra el que ya no tenemos ni siquiera la posibilidad de alzar los ojos. Vémosla forzar en toda ocasión las reglas de la naturaleza.
A pesar de todos los testimonios que cita Montaigne, creo que la costumbre merece un comentario más favorable. Siempre he sido, creo, un decidido defensor de sus ventajas (obviamente, dentro de unos límites; me encanta, por ejemplo, cómo sirve para caracterizar a Morgan Freeman en Seven). En el fondo todos lo somos, porque nos hace la vida mucho más cómoda, nos evita pensar qué tenemos que hacer en cada momento, y esa es, al menos en parte, la razón de su tiránico dominio. Hasta la palabra 'rutina' se halla devaluada, aunque ha recuperado parte de su prestigio gracias a la informática. El hecho es que la comparación política tiene mucho sentido, porque esa delegación (obligada en algunos casos, voluntaria en otros) de la capacidad para decidir es lo característico de las dictaduras; todavía mucha gente reconoce que con Franco no se vivía tan mal, y es cierto; por supuesto, es muchísimo más cómodo no tener que decidir nunca, no ser responsables de nada, sobre todo en cuestiones de importancia, porque si no, ¿a quién íbamos a echarle la culpa? ¿A los gitanos, como en Italia?
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Un día de campo
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2 comentarios:
Nos gusta la rutina porque somos vagos. La innovación requiere trabajo.
Por cierto, ¿Ves jag? sino, no podrías comparar con ley y orden
Como sabrás por tu propia experiencia vital, querido amigo, la masa es estúpida por naturaleza y como tal "necesita" una autoridad que la gobierne. El problema es que esa autoridad sea la adecuada. En mi opinión el gran problema es determinar la forma de elección de esa autoridad ya que doy por sentado que si es elegida la persona adecuada, pongamos un eufemismo como " un hombre o mujer bueno o buena" (parezco Aido) resulatará un gobierno justo.
En fin, lo evidente es que estamos gobernados por auténticos incapaces.
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