domingo, 6 de julio de 2008

Freud y la masa (Hulk no, la otra)

Ya nadie habla de Freud, ni siquiera para reírse de él. Es cierto que los excesos del psicoanálisis han hecho que cualquier alusión parezca una parodia o una imitación de Woody Allen, pero es una pena, porque Freud (no sus epígonos) decía cosas brillantes. A propósito de la histeria colectiva que estuvo a punto de desatarse recientemente por la huelga de transportes, aproveché para leer Psicología de las masas y análisis del yo. La introducción es un conjunto de lugares comunes y excerpta de literatura secundaria anterior sin demasiada originalidad, pero resulta fascinante la vigencia del diagnóstico:

La aparición de los caracteres peculiares a las multitudes se muestra determinada por diversas causas. La primera de ellas es que el individuo integrado en una multitud adquiere, por el solo hecho del número, un sentimiento de potencia invencible, merced al cual puede permitirse ceder a instintos que antes, como individuo aislado, hubiera refrenado forzosamente. Y se abandonará tanto más gustoso a tales instintos cuanto que por ser la multitud anónima, y, en consecuencia, irresponsable, desaparecerá para él el sentimiento de responsabilidad, poderoso y constante freno de los impulsos individuales (se trata de una cita de Psicología de las multitudes, de G. Le Bon) [...] La multitud es impulsiva, versátil e irritable, y se deja guiar casi exclusivamente por lo inconsciente. Los impulsos a los que obedece pueden ser, según las circunstancias, nobles o crueles, heroicos o cobardes, pero son siempre tan imperiosos, que la personalidad e incluso el instinto de conservación desaparecen ante ellos. [...] No tolera aplazamiento alguno entre el deseo y la realización. Abriga un sentimiento de omnipotencia. La noción de lo imposible no existe para el individuo que forma parte de la multitud. La multitud es extraordinariamente influenciable y crédula. Carece de sentido crítico y lo inverosímil no existe para ella. Piensa en imágenes que se suceden unas a otras asociativamente , como en aquellos estados en los que el individuo da libre curso a su imaginación sin que ninguna instancia racional intervenga para juzgar hasta qué punto se adaptan a la realidad sus fantasías. Los sentimientos de la multitud son siempre simples y exaltados. De este modo, no conoce dudas ni incertidumbres. [...] Por último, las multitudes no han conocido jamás la sed de la verdad. Piden ilusiones, a las cuales no pueden renunciar. Dan siempre preferencia a lo irreal sobre lo real, y lo irreal actúa sobre ellas con la misma fuerza que lo real.

El anuncio de la posibilidad (repito: la posibilidad; eso sí, anticipada una y otra vez por todos los medios de comunicación) de que no pudiéramos saciar todos nuestros caprichos durante algunos días fue el desencadenante de una serie de comportamientos propios de un país en el que fuera complicado conseguir los bienes más básicos. Esa no es la realidad. La realidad es que nuestras necesidades son cada día más sofisticadas, y menor nuestra tolerancia al hecho de no poder satisfacerlas inmediatamente: si nunca me he visto privado de nada, si no estoy acostumbrado a sufrir ningún contratiempo, cualquier inconveniente será contemplado como una amenaza o como una tragedia. La sensación de fragilidad es mayor conforme más podemos perder, y eso nos hace peores: nos hace tener más miedo, nos convierte en masa.

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Un día de campo

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