sábado, 13 de diciembre de 2008

Extra imperium nulla salus

La ultima ratio de cualquier sociedad humana (no solo del estado, sino de cualquier comunidad) es la coacción. Esto es algo bien sabido por lo menos desde Hobbes, pero se nos suele olvidar, porque solo tenemos contacto con las múltiples convenciones que disimulan el poder tiránico de sus cadenas. Aunque sepamos que están a nuestro servicio, todos los funcionarios y los delegados del estado (el chófer del autobús o el soldado) son, en última instancia, representantes de esta coacción, y todos la ejercen, con mayor o menor disimulo. En algunas ocasiones llegamos a vislumbrar la violencia secreta que sostiene nuestro bienestar y la brutalidad de su aparato, como sucede en el cuento de Úrsula K. Le Guin 'Los que se alejan de Omelas', [una comunidad idílica que debe su felicidad a la tortura permanente de un niño]. Pero seamos sinceros: el sistema no ofrece alternativas y no tolera la disidencia. La amenaza es imperiosa y se nos recuerda de vez en cuando: "Sométete o serás destruido". Acepta sus condiciones o serás expulsado hacia los márgenes, al gehena de la anarquía. Y recordad que en el exterior hace mucho frío.

El sistema educativo es el órgano más sutil de este siniestro Leviatán. Su naturaleza coercitiva no es tan explícita como la del ejército o la policía, pero proyecta con idéntico celo su imperio de indiscutibles exigencias y aplasta sin escrúpulos cualquier asomo de rebeldía. Pronto lo intuyeron los griegos, que comparaban el proceso con la conducción y la doma de animales [tema que trata Claude Calame en uno de los libros que deberían traducirse inmediatamente al castellano, Les choeurs de jeunes filles en Grèce archaïque]. Aunque nos resistamos a admitirlo, los profesores somos colaboradores y agentes principales de esta represión sistemática, porque un profesor puede disculpar la ignorancia, pero nunca perdona la indisciplina. Con más o menos habilidad, todos reclamamos obediencia marcial en clase, el espacio donde se ejerce nuestra arbitraria e ilimitada autoridad. Por eso, no os creáis una palabra cuando os digan que tal o cual materia, que tal o cual profesor, promueve el espíritu crítico de vuestros hijos. Todo esto es muy foucaultiano, pero es que la de Foucault era una visión bastante exacta, aunque inquietante, de la realidad. Otra cosa es que haya alternativas. No las hay.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Entiendo que lo que reclama el profesorado no es obediencia marcial sino respeto, para que las personas interesadas en adquirir conocimientos puedan hacerlo en un ambiente adecuado.

Un día de campo

Un día de campo
Por aquí suelo pasear

Un día de campo

Un día de campo
Esto está cerca de mi pueblo