domingo, 30 de noviembre de 2008

Bic Cristal escribe normal

Arrecia la polemica sobre el arte contemporáneo; a mí las obras de Damien Hirst me parecen muy graciosas, pero bueno, habrá que hacer caso a Tàpies (también me gusta), que despotricaba el otro día contra el pérfido (y mutimillonario) autor inglés (por si alguien lo duda, cuando digo que me hacen gracia sus obras quiero decir que me divierten cuando las veo en los periódicos o en los museos, pero no que me gastaría más de cien euros en ninguna de ellas). Ante la falta total de criterios firmes que permitan distinguir la broma de lo sublime, se advierte un regreso a la prestidigitación. Y puesto que de prestidigitadores se trata (siempre se me ha resistido esta palabra; deberían hacer un trabalenguas con ella), os recomiendo que echéis un vistazo a la obra de Juan Francisco Casas (aquí). Os ofrezco una muestra pequeñita, porque seguro que las fotos tienen copyright:





Diréis: ¿y qué tiene de especial este fotógrafo? Pues que no es un fotógrafo, sino un pintor hiperrealista. Y no solo pintor (que también, como se puede comprobar en su página web), sino autor de dibujos realizados exclusivamente con boli Bic. Sí, sí, las 'fotos' de arriba están hechas con boli. Seguro que las habéis visto antes, porque ha sido uno de los artistas residentes en la Real Academia de España en Roma, sus obras (no estas, otras un poco más pudorosas) han salido en varios telediarios y acaba de recibir un premio. Sus temas predilectos no son muy variados, la verdad, pero si están basados en su biografía, plantean ciertos interrogantes sobre su estancia en la capital de Italia. El primero, sin duda: ¿cómo se consigue una beca como la suya?

sábado, 15 de noviembre de 2008

Continuos

La naturaleza de la realidad es continua, pero el lenguaje trabaja con categorías y funciones discretas. Es decir, las oposiciones día / noche, joven / viejo, alto / bajo, rico / pobre, no existen más que en un sentido lingüístico: todos sabemos que a las 3 a.m. es de noche, y que a las 13 p.m. es de día, pero no podemos discernir en qué momento se ha pasado de un estado al otro, y lo mismo vale para los demás pares (en otras palabras, la muy antigua paradoja del sorites). La ignorancia de la naturaleza continua de la realidad y los intentos de reproducir en ella las oposiciones lingüísticas suelen traer problemas y causar paradojas constantes, legales sobre todo, porque la ley exige la exactitud de los límites. En cuanto se promulga una norma en la que sea relevante un criterio ob aetatem, es decir, una edad mínima para votar, para trabajar, para lo que sea, queda de manifiesto su arbitrariedad; por eso, cuando surge alguna polémica acerca de estas cualificaciones de edad, como ha ocurrido recientemente con el caso de la niña que rehusó una operación de corazón que podría prolongar su pesadilla iatrogénica, queda al descubierto lo absurdo del sistema. No hay razón (moral, sociológica o metafísica), más que la mera necesidad administrativa, para sostener que los jóvenes de diecisiete (de dieciséis, de quince...) años no pueden votar o hacer lo que les dé la gana, y eso resulta inquietante, porque quizás tengan razón cuando protestan por el régimen de incapacidades al que se hallan sometidos.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Bolonia

Una de las exigencias menos negociables de la ciudadanía debería ser la de la información; es decir, el derecho a recibir buena información (clara y verdadera; dejemos de lado los accidentes epistemológicos que nos asalten en el proceso) es previo a los demás, porque es el que nos permite tomar decisiones correctas en asuntos que nos conciernen. Explicar fenómenos complejos con palabras sencillas, de forma que todo el mundo los entienda, es una de las cosas más arduas que existen (si no, que se lo pregunten a los profesores). Esto, que resulta ya difícil de por sí, se complica más aún si sabemos que una de las principales estrategias de la política es crear, sobre cualquier asunto, una "enorme masa de información pegajosa", como la llamaba Soledad Gallego (cf. la entrada a este blog del 3 de septiembre), en la que sea imposible discernir los hechos de las opiniones, lo documentado de lo verosímil, lo cierto de lo probable. Hasta tal punto nos hemos acostumbrado a ello que no nos damos cuenta de su escandalosa frecuencia. Así, el ciudadano no sabe si la energía nuclear es buena o mala, si los transgénicos son buenos o malos, si el calentamiento global es culpa nuestra o no, etc. Obsérvese que el plantear estos asuntos como dilemas es ya un error, porque suelen ser cuestiones equívocas en las que existen variables múltiples y que admiten puntos de vista complementarios, distintos pero no contradictorios, pero el debate exige simplificar.

El Gobierno (los gobiernos, porque han sido varios) lo ha hecho muy mal con el proceso de creación del Espacio Europeo de Educación Superior (conocido como Proceso de Bolonia). Lo ha hecho mal porque todas las noticias que llegan sobre él son (y perdón por el chiste), una auténtica salsa. Seguramente nadie conoce los detalles de los documentos originales ni las intenciones de sus promotores, pero esa ignorancia no impide que nos definamos vehementemente. Yo tampoco conozco esos detalles, pero puesto que hay que simplificar, hagámoslo: creo que el Proceso indica claramente una tendencia, señalada ya por la prensa: la americanización del modelo europeo de la educación superior. Creo sinceramente que esto es bueno, pero soy consciente de la debilidad de mi posición. Datos: según la clasificación de la Universidad Jiao Tong de Shangai (una de las más aceptadas), entre las cincuenta mejores universidades del mundo hay ¡37 estadounidenses!, 5 de Reino Unido, 2 de Japón, 2 de Canadá, 1 de Francia, 1 de Dinamarca, 1 de Holanda y 1 de Suiza (se puede consultar en la página ed.sjtu.edu.cn/rank/2007/ARWU2007_Top100.htm). Es cierto que en estas clasificaciones se favorecen ciertos valores no necesariamente universales (competitividad, eficiencia), pero resulta que estos valores coinciden con los que dominan nuestra sociedad. Por otro lado, si nuestras universidades pudieran alegar en su descargo que alientan la formación humanística y ciudadana de sus alumnos, aún tendrían una disculpa, pero no es así: lo único que alientan es el conformismo y la mediocridad. El modelo estadounidense está lejos de la perfección: una universidad verdadera debería buscar exclusivamente el conocimiento, promover la curiosidad y servir de asiento a las expresiones más elevadas del espíritu humano. Pero mientras no llegue esa Academia platónica, el modelo de Harvard seguirá siendo superior.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Caridad

A pesar de San Pablo, la caridad es una rara virtud (si es que realmente lo es); rara por poco habitual y por paradójica. La ambigüedad se advierte también en las parábolas del Evangelio que nos hablan de ella, tanto en el mandato acerca de la mano izquierda como en la crisis (por separación, digo) de los condenados. El diálogo que se establece entre Cristo y los dos grupos (que cito de memoria) es especialmente conmovedor: "-Pero, Señor, si nosotros nunca te dimos de comer, ni de beber... -Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, lo hicisteis conmigo [...]. -Pero, Señor, si nosotros nunca te negamos comida, ni bebida... -Cada vez que se la negasteis a uno de estos, me la negasteis a mí." Obsérvese que en esta ocasión inaugural los protagonistas habían actuado espontánea y desinteresadamente, sin saber que su conducta iba a ser premiada, pero esas condiciones iniciales ya no volverían a darse nunca. Los actos posteriores de caridad ya no serán inocentes, sino que estarán condicionados por la perspectiva de una compensación infinita. De ahí que el pasaje sea equívoco, porque contradice prima facie el sentido de la caridad como impulso que debe pasar inadvertido. Toda manifestación de ese impulso tendría que ser anónima y gratuita y no calcular recompensas (de cualquier tipo: económicas, escatológicas o de simple satisfacción personal), así que su obtención (incluso ex post) devalúa la gratuidad del acto, exigencia imprescindible en estos casos. Por eso, aunque es la más admirable, también suele ser la virtud que más fácilmente se corrompe, y la más sujeta a manipulaciones de todo tipo. Si no,véase de nuevo Plácido, y su terrible final.

jueves, 6 de noviembre de 2008

No generalicemos

Reconozco la inconstancia de mis ideas y mi extrema susceptibilidad a la persuasión; es decir, me dejo convencer pronto y sin demasiado esfuerzo. De ahí mi incapacidad para discutir, porque enseguida empiezo a pensar que mi interlocutor tiene algo de razón. Sánchez Ferlosio observó en una entrevista lejana que nadie convence a nadie, pero el comentario no es exacto: lo cierto es que nadie confiesa que le han convencido, aunque haya sido así; si uno es medianamente razonable, empezará a rumiar las razones del otro en cuanto acaba el intercambio. Por el contrario, a mí me sucede lo que a De Quincey (Los oráculos paganos y otras obras selectas, Valdemar): "Y el punto de arranque de mis impertinentes preguntas fue exactamente mi incapacidad para ser escéptico, no ese celo latente de que algo debe ser falso, sino la confianza demasiado absoluta de que todo ha de ser verdad". A lo que voy es a que mi tendencia a la contradicción me lleva a pensar que a los demás les pasa algo parecido. Por eso las generalizaciones son tan odiosas: si ni siquiera puedo afirmar "pienso así", ¿cómo voy a poder decir "x piensa así", y mucho menos "un país entero piensa así"? Sin embargo, la comunicación depende de generalizaciones de esa naturaleza: "los americanos piensan esto", "los europeos son aquello". ¿Quién nos ha concedido el privilegio de ser intérpretes de la voluntad ajena, y no de una o dos, sino de millones de personas? Disculpemos pues, las inexactitudes, porque si no, como concluye el Tractatus, solo nos queda el solipsismo de los filósofos.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Esbozos pirrónicos

No quiero ser aguafiestas, pero toda la ilusión y la euforia de los estadounidenses me resultan extrañas. No digo que esa ingenuidad (sincera probablemente) sea mala; al contrario, creo que es uno de los rasgos más amables de la sociedad americana, pero la esperanza del cambio y sus manifestaciones más obvias me parecen estridentes, y sospechosas si proceden de un político. No hablo ya de las declaraciones de la población más deprimida de Chicago (donde, según La Vanguardia, adivinan una nueva parusía, pero no la más que posible traición posterior), conmovedoras por su candidez. Tampoco significa que prefiriera a McCain, pero el dilema, planteado como suele suceder en las elecciones, reduce la complejidad del asunto. ¿Alguien piensa, de verdad, pero de verdad, que la llegada de Obama a la presidencia de los EE.UU. va a reducir el porcentaje de población penitenciaria negra? ¿O que cuando llegue el próximo tornado no serán los más pobres los que sufran de nuevo sus consecuencias? Bien, pero eso no significa que es mejor la postura contraria, porque el escepticismo, a pesar de su noble etimología, suele conducir a la parálisis. Siempre me ha gustado un aforismo (creo que de Scott Fitzgerald), que dice que la señal de verdadera inteligencia es sostener dos ideas contrarias al mismo tiempo. Yo soy de la escuela de Tucídides, de la que asoma en el episodio corcirense y anticipa, de forma providencial y emocionante, que lo que sucedió allí entre los seguidores de uno y otro partido seguirá sucediendo siempre mientras la naturaleza humana siga siendo la misma.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Pro bono

A pesar de que todo el mundo la conoce, la gravedad es una fuerza misteriosa sobre la que se sabe poco. De hecho, solo recientemente alguien ha sabido explicarme qué tiene que ver la gravedad con la relatividad y por qué resulta tan complicado encajarla en el modelo estándar (Brian Greene, El universo elegante): según Einstein, no hay ninguna información que pueda viajar a mayor velocidad que la luz. Sin embargo, la fuerza de la gravedad funciona de tal manera que, si de pronto desapareciera el sol, la tierra perdería su órbita inmediatamente, como si cortaran el hilo que los unía; es decir, caería en el vacío en el mismo momento, y por lo tanto esa información se habría transmitido al instante, en mucho menos tiempo de lo que tarda la luz en llegar desde el Sol hasta la Tierra. Pero lo que me interesa de esta enigmática fuerza es que cuanto mayor es la masa de un cuerpo, mayor poder de atracción gravitatoria tiene, y puesto que cada vez atrae más masa, el cuerpo se va haciendo mayor, con lo que cada vez su fuerza de atracción es mayor, etc. Este fenómeno se da también en ciertos entornos de trabajo (en un sentido laboral, no físico): cuando alguien trabaja mucho, comienza a atraer hacia sí 'partículas de trabajo' que van aumentado su masa y a su vez atraen a más 'partículas de trabajo', incorporándose a un ciclo continuo que tiende a perpetuarse. Solo que los planetas y los agujeros negros no se quejan (por cierto, visitad el blog de Microsiervos para ver varias formas de morir si cayerais en un agujero negro).

Un día de campo

Un día de campo
Por aquí suelo pasear

Un día de campo

Un día de campo
Esto está cerca de mi pueblo