domingo, 31 de agosto de 2008

Superstición

La diferencia entre la magia y la ciencia es una mera cuestión de actitud, de honradez intelectual; así pues, un mago que realmente creyera en la validez de sus expedientes no se distinguiría demasiado de un científico del MIT (más que nada por la parafernalia instrumental); la magia y la superstición son hermanas de la ciencia, la gemela que ha conseguido prosperar, que quiere olvidar sus orígenes y les niega saludo. Todos los esfuerzos de los teóricos e historiadores de la ciencia por separar "lo científico" de "lo mágico / irracional", todo aquello de la falsabilidad, la posibilidad de reproducir experimentos en condiciones similares, todos los afanes de Popper y Lakatos por encontrar un criterio objetivo que permitiera separar LA VERDAD de la masa pegajosa de la incredulidad y la superstición, no ha servido de nada: ¿quién puede refutar cualquier proposición de la física del último siglo? ¿Y de las matemáticas? ¿Cuántas personas? ¿Cuántos pares reconocidos? ¿Cuántas de ellas son reproducibles en un laboratorio? ¿Quién es capaz de vigilar que no se cometan fraudes? Uno cree en la resolución del Teorema de Fermat igual que cree en la existencia de unicornios, por simple y mera fe, y su objeto es igual de ficticio en ambos casos.

lunes, 25 de agosto de 2008

Aprobado general

La presión formidable para que los profesores juzguen constantemente a los alumnos es la demostración del fracaso del sistema. Un profesor no debería juzgar, sino enseñar, porque toda evaluación es parcial e inexacta. No es solo la posibilidad de equivocarse, sino el propio poder de condenar o indultar el que resulta indecente; ¿quién nos ha dado ese derecho?; ¿podía haber hecho el alumno otra cosa?; ¿hubiera hecho yo otra cosa en su lugar?. De ahí la incomodidad que sienten los miembros de cualquier jurado y su tendencia a encontrar motivos para la absolución o atenuantes del ilícito, y la que sienten los profesores cuando tienen que poner las notas; en su actual diseño, el método de evaluación adolece de una flagrante arbitrariedad; a pesar de todos los controles que pretenden conseguir exámenes objetivos (la ingenuidad no conoce límites: ¿de verdad cree alguien que un test sirve para calibrar, no ya la educación de un alumno, sino sus conocimientos en una asignatura concreta?), el profesor sabe que acabará aprobando X y suspendiendo Y, y es ese conocimiento la única garantía de una evaluación justa. Uno no debería guiarse por lo que digan las pruebas objetivas, salvo cuando benefician al alumno, porque los exámenes, en el mejor de los casos, son groseros instrumentos de medida (como hacer un diagnóstico solo con una báscula). Ocurre además que toda la severidad y exigencia que suelen mostrarse ab extra (esas discusiones coloquiales en las que todos tenemos soluciones) acaba evaporándose cuando se empiezan a considerar casos individuales y se siente la responsabilidad, aunque sea trivial, de la decisión.

lunes, 18 de agosto de 2008

Tipos

Salvo editores (algunos) y diseñadores gráficos, poca gente se preocupa de la tipografía. La actitud más habitual suele ser de indiferencia, pero no falta quien demuestra abiertamente su desdén y considera cualquier atención que se le preste (aunque solo sea cambiar de Arial a Helvetica) un gasto inútil de tiempo y energía. No les falta razón, porque la verdad es que el mundo no iba a hundirse si todo estuviera escrito en Times (letra, por otra parte, muy legible e injustamente despreciada). Tampoco se trata de extraer de ello conclusiones trascendentes, pero este interés por algo que nadie va a apreciar puede significar o que uno solo se preocupa de esas trivialidades, o que incluso se preocupa por ellas. Suele ser lo último (hay que pensar: "si este señor se ha preocupado también de esto, ¿qué no habrá hecho a propósito de lo verdaderamente importante?"). Por otro lado, la tipofilia (perdón por el neologismo) no es cómoda: Blogger, por ejemplo, tiene un limitado repertorio de tipos (la Georgia es de lo mejorcito que hay), aunque ninguna dificultad técnica impida incorporar más; simplemente, nadie los ha reclamado. Algo parecido ocurre con las editoriales de por aquí, que, al contrario que las anglosajonas, no suelen incluir ninguna indicación de los tipos empleados, con lo que uno tiene que acudir al buscador de fonts.com para averiguarlo (muy divetido: probadlo). Mi letra preferida es la Imprint, habitual en los libros de la Oxford University Press, pero también me gustan la Gill Sans, la nueva Baskerville y la Bembo; para los que las conozcan, verán que mis gustos son sencillos. Como en todo, por cierto.

miércoles, 13 de agosto de 2008

¡A la hoguera!

Cada época tiene su propia imagen de la bruja. Y suele ser muy elocuente. La actual no es demasiado atractiva: unas señoras que se juntan para hablar de sus cosas mientras consumen diversas sustancias enteógenas, que dominan una sabiduría olvidada y mantienen un contacto íntimo con la naturaleza y con misteriosas y formidables fuerzas telúricas; es decir, una mezcla de hippies conservacionistas y bacantes New Age. No es que esa imagen sea más exacta que la que tenían Eymerich o Michelet, pero tampoco menos. En estas cuestiones lo importante no es la exactitud, sino la visibilidad del fenómeno y su capacidad para proyectar las ansiedades de la sociedad. Sucede además que la popularidad de ciertas imágenes contribuye a su cristalización: es decir, si hemos decidido que la bruja es de una determinada manera, quienes quieran convertirse en brujas acabarán comportándose así (igual que la mafia acabó imitando a los personajes de El Padrino o de Los Soprano). En una época en la que nadie cree en los milagros y lo sobrenatural ha quedado confinado a las secciones más abracadabrantes de los late nights, es obvio que la bruja ha perdido cualquier asociación demoníaca, y ha quedado reducida a sus aspectos taumatúrgicos (la naturaleza y lo femenino). Por cierto, resulta de lo más curioso que no exista protección legal contra esta clase de actividades, porque ningún estado reconoce su validez e influencia (nullum crimen sine lege); aunque se llegue a aceptar sus efectos psicológicos, no puede recurrirse a ninguna defensa legal contra el vudú, por ejemplo, o contra el mal de ojo, a propósito de lo cual el propio Platón decía en las Leyes que no puede decidirse si es efectivo o no. Como nuestras brujas no se dedican a ello, por el momento no hay motivos para preocuparse.

martes, 12 de agosto de 2008

Todo tiene un precio

Hoy en El País se nos informa de que en Gran Bretaña el acceso a ciertos fármacos contra el cáncer depende de la ubicación del domicilio y no de la gravedad de la enfermedad o de la eficacia del tratamiento. En uno de los párrafos se nos dice: "La polémica arrecia pocos días después de que el NHS anunciara que dejará de facilitar a los enfermos de cáncer de riñón cuatro fármacos que pueden prolongar la vida, bajo el argumento de que resultan demasiado caros. Apoyados en una campaña de prensa, grupos de pacientes denunciaron la medida como "una condena a muerte" nacida de fríos cálculos económicos. El Instituto Nacional de Sanidad y Excelencia (Nice), responsable de la decisión, alega que esos medicamentos significan un gasto excesivo cifrado en 32 000 euros anuales por paciente, y no ofrecen una aceptable relación calidad-precio aunque sean "clínicamente eficaces"..."
Todo el mundo siente una inmediata y justificada indignación: ¿cómo puede ponerse precio a una vida humana? ¿Es que esta gente no ha leído a Kant? Bueno, pues según Cass Sunstein (a quien ya cité en mi primer comentario), las cosas no son tan claras:
En cualquier caso, la gente a menudo no solo muestra descuido de las transacciones, sino también aversión a las transacciones. Cuando una comisión gubernamental afirmó que determinado monto era 'demasiado alto' para gastarlo en proteger vidas humanas, casi tres cuartas partes de los sujetos de un experimento rechazaron la afirmación, no porque la comisión estuviese equivocada en las cifras, sino simplemente porque estaba sopesando vidas contra dólares [...]. Cuando los valores son protegidos, la gente tiende a creer que son absolutos; niegan la necesidad de esas transacciones y exhiben una considerable ira ante las violaciones de esos valores [...]. En la vida ordinaria, es probable que quienquiera que hable explícitamente en términos de costo-beneficio parezca frío y calculador, o quizás algo peor. Un padre o madre que diga "No voy a comprar un Volvo porque la seguridad adicional para mi hijo no vale los 600 dólares" parecería un poco extaño. Sería aún más extraño que este padre o madre sostuvieran: " Si me pagan lo suficiente, estoy dispuesto a a someter a mi hijo a un pequeño peligro". En las encuestas, un porcentaje significativo de la gente dice de hecho que no aceptaría ningún monto de dinero para someterse a un pequeño incremento de riesgo, o para permitir que el ambiente sea perjudicado. Pero, ¿por qué es así? La gente, incluidos los padres, intercambia riesgos por dólares todo el tiempo. Elegimos cuánto gastar en automóviles, sabiendo que la segurida es costosa [...]; cuando el costo de la reducción de riesgos es demasiado alto no vamos a pagarlo ni siquiera para proteger a nuestros hijos. Lo que parece prohibido no es la conducta que implica las transacciones, sino más bien el hablar explícitamente de ella. El tabú sobre esa verbalización puede servir a fines sociales saludables al ayudar a establecer y mantener ciertas actitudes, en las cuales la vida y la salud no son vistas como simples mercancías, cualitativamente indistinguibles del dinero y de otras cosas que son simplemente para usarlas. Pero no debería engañarnos el hecho de que la gente se ponga nerviosa ante el hecho de hablar explícitamente de reducir seguridad por dinero. Las transacciones de dinero y riesgos son extraordinariamente comunes.
No es una cuestión de filosofía moral, sino de dinero. Es lo que ocurre con la asignación de los fondos de un sistema sanitario. No es que la vida de unos enfermos valga menos que la de otros, sino que alguien tiene que decidir las prioridades. A mí no me gustaría tener que tomar esa clase de decisiones.

Un día de campo

Un día de campo
Por aquí suelo pasear

Un día de campo

Un día de campo
Esto está cerca de mi pueblo