miércoles, 24 de septiembre de 2008

Joyce también tiene su encanto, ¡qué caramba!

El sábado pasado compré la edición de fin de semana del Financial Times para tener una versión informada del crash. El resultado fue decepcionante por tautológico (o porque no entendí nada, que también puede ser), ya que los análisis se limitaban a contar lo que había pasado, cuando esa es una de las pocas cosas que han quedado claras. Y uno se pregunta: “pero estos listos, ¿dónde estaban antes de la hecatombe?”. Lo más divertido fueron las cartas al director, ilustradas con una foto de Stalin, en las que se acusaba de epígonos del dictador al Secretario del Tesoro y al pobre Bern Bernanke (¿os habéis preguntado cómo debe de ser la vida cotidiana de este hombre? Confieso que yo lo he hecho montones de veces: ¿qué hará para dormir? ¿Sabrá desconectar de su trabajo? ¿Hará la compra?). Me resultaron simpáticas las cartas, como las declaraciones de aquellos piratas que antes de la ejecución se negaban a arrepentirse de nada. Lee uno luego a Vargas Llosa en El País, y le sobrevienen sentimientos encontrados: no sé por qué, pero la vocación indesmayable de este hombre resulta fascinante: se parece a la defensa de un paradigma obsoleto que, en lugar de admitir que ya no vale porque la realidad se empeña en desmentirlo una y otra vez, todo lo soluciona con parches ad hoc e insiste en explicar las incongruencias como excepciones particulares: “No, no es que el sistema no funcione, porque el sistema funciona ex hypothesi, sino que en este caso coincide que…”.

Lo más interesante, sin embargo, eran los anuncios: casas semiderruidas en Mallorca o en la Provenza que seguramente nadie querría gratis, pero que, al parecer, compraríamos si tuviéramos cinco millones de euros. Lo que dice mucho de las expectativas de quien ha comprado el periódico: estoy seguro de que los nababs de turno (me encanta, me encanta esa palabra) no compran sus casas abandonadas a través de esos anuncios, pero es eso lo que los aspirantes se imaginan que hacen los ricos. El hecho de que uno compra el periódico en el que se reconoce se ve confirmado (si es que alguien lo ponía en duda) en los anuncios personales de The New York Review of Books: nunca habría dicho que la gente intentaría ligar con el currículo, pero ahí está; los anuncios no ofrecen promesas de sofisticados placeres, sino perfiles de la Costa Este. Mi preferido, uno que pretende ligar ¡diciendo que es aficionado a Joyce! El anuncio termina con un aviso revelador: “Abstenerse republicanos”. La monda, vaya.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Edgar, deja de decir tonterías, que eres un pesado

Anónimo dijo...

Edgar ese perro es tuyo que mono jaja!!

Un día de campo

Un día de campo
Por aquí suelo pasear

Un día de campo

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