sábado, 21 de junio de 2008

Intuición moral

Hay ocasiones en las que uno sabe qué está bien y qué está mal sin necesidad de analizar los argumentos racionales que se avancen en defensa de una acción determinada. Es un sexto sentido (de naturaleza no intelectual) que provoca una reacción inmediata cuando vemos algo indigno, y sin esperar a escuchar las posibles excusas, decimos: "eso está mal". Simplemente; no porque lo diga ningún filósofo moral, sino porque así me lo enseñaron en casa y en la escuela, y he aprendido a reconocer cuándo debe decirse. Repito que se trata de algo irracional, porque casi siempre existen buenas razones que explican cualquier cosa (se dice en La regla del juego: "Hay una cosa terrible en el ser humano, y es que todo el mundo tiene sus razones"); en uno de sus libros más conocidos (Los derechos en serio, que paso a recomendar), R. Dworkin habla del caso Sweatt vs. la Universidad de Texas. La universidad en cuestión se negó a admitir a Sweatt porque era negro, y podría haber alegado que lo hacía porque el ambiente le hubiera resultado hostil o porque un abogado negro habría perjudicado la actividad del despacho para el que trabajara; todas serían razones aceptables desde un punto de vista racional (utilitarista), pero el problema, viene a decir Dworkin, no era la racionalidad de las excusas, sino que los responsables de la junta universitaria eran racistas.
A veces echamos de menos ese sexto sentido, cuando nos damos cuenta de que nos ha fallado la intuición y nos hemos dejado engañar, pero no ha sido este el caso de la directiva de la Unión Europea sobre los inmigrantes. Y seguro que habréis escuchado ya argumentos de todo tipo que defienden la conveniencia de una inmigración legal y ordenada, que si el sistema, si no, sería insostenible, que si es mejor para ellos, que si la Realpolitik, que si esto, que si lo de más allá. Solo deberían recibir una respuesta: "eso está mal".

sábado, 7 de junio de 2008

La piedra de Johnson

Cuenta Boswell, en su Vida de Samuel Johnson, una anécdota que se ha hecho famosa (aunque se menciona a menudo, cuesta encontrar la referencia exacta: se trata de la entrada correspondiente al 6 de agosto de 1763):

Tras salir de la iglesia, charlamos un rato sobre los ingeniosos sofismas del obispo Berkeley para mostrar la inexistencia de la materia y que todo lo que hay en el Universo es meramente ideal. Comenté que si bien nos damos por satisfechos de que su doctrina no es verdadera, es en cambio imposible de refutar. Nunca olvidaré la presteza con que me respondió Johnson, golpeando con la planta del pie y con tremenda fuerza una piedra de gran tamaño. "Así lo refuto yo".

No espero yo encontrar a un Johnson (y no digamos a un Berkeley) entre los políticos de nuestro tiempo, pero alguien debería reflexionar sobre la existencia real de ciertos fenómenos que damos por supuestos. Debemos tener en cuenta que la realidad no es axiomática, y más cuando se trata de cuestiones de dinero, en las que nunca somos lo bastante escépticos. Bien, el caso es que cuando uno empieza a escuchar que la crisis ha llegado, empezamos a ver por todas partes signos que la confirman. Cada nuevo indicio (por pequeño que sea) se viene a sumar a todos los anteriores, con lo que el efecto de la serie es muy persuasivo: un ejemplo perfecto de self-fulfilling prophecy. En Navarra había hace unos meses un 4% de paro, y cuando aumentó un 44% la gente casi se echa a las calles. Yo trataba de explicar que todavía estábamos en una situación de pleno empleo técnico (el desempleo había aumentado hasta el 5, 76%), y como respuesta solo recibía acusaciones de irresponsable y ciego optimismo (las cifras son aproximadas). Creo que no he convencido a nadie, pero eso es por la morbosa fascinación que sentimos hacia lo que Gilles de Rais decía el "brillo del mal"; en cierto sentido (un sentido enfermizo), queremos que las cosas vayan mal. Ahora resulta que no estoy tan seguro de que no haya crisis, precisamente porque la gente se comporta como si la hubiera. Es decir, si no existía la piedra, hemos acabado por inventarla nosotros.

jueves, 5 de junio de 2008

¿Hacemos algo o no?

Hace unas semanas salió publicado en La Vanguardia un apasionante artículo de un pez gordo de los que militan en think tanks de verdad (no como los de aquí, que son muy de provincias; uno de verdad, algo de un Centro Estratégico en Washington). Siento no poder dar la referencia exacta, porque no he podido conservarlo, pero merecía la pena. La tal lumbrera venía a decir que se ha extendido entre la gente la especie de que la amenaza del terrorismo se ha exagerado intencionadamente, y defendía que, por el contrario, sigue vigente y es un peligro real para Occidente. A continuación se desglosaban los peligros que nos acechan y se llegaba a la conclusión de que es imposible prevenir un ataque con armas mucho más devastadoras que las utilizadas hasta el momento. Si existen, en algún momento los terroristas las conseguirán y las utilizarán, decía nuestro Aristóteles. Al final del artículo el autor proponía una serie de medidas para conjurar este Armagedón. Y entonces me llegó la revelación, como al santo de Patmos: pero, ¿no habíamos quedado en que era algo inevitable? Pues si es inevitable, ¿a santo de qué nos alecciona con lo que tenemos que hacer para evitarlo? ¡Si no se puede! Será que últimamente han rebajado bastante el nivel para ingresar en los think tanks de Washington.

miércoles, 4 de junio de 2008

Protervia

De pequeño me dio por leer la Biblia. Una de las cosas que más me chocaron (aparte de la prolijidad nada literaria con que se recogían todas las medidas del arca, más propia de Bricomanía que del libro de los libros) fue la obstinación del pueblo elegido en traicionar a Yahvé. Yo pensaba: si a mí me hubieran sacado de Egipto después de lo de las diez plagas, si me hubieran mantenido 40 años con un alimento que caía del cielo, si me hubieran ocurrido todas las maravillas que tan sabiamente nos mostró Cecil B. de Mille, no albergaría jamás la más mínima duda de que no hay más dios que Yahvé. Y veía que los judíos dale que te pego, una y otra vez caían y recaían en la idolatría. Y venga castigos y cautiverios y nuevos perdones y liberaciones. Como para plantearse eso del pueblo elegido.
Bien, todo ello me viene a la cabeza a propósito del dichoso trasvase del Ebro. Leía ayer en los periódicos que se había suspendido porque ya se había alcanzado el 53% de capacidad de los embalses; y acompañaba a esta noticia otra en la que se decía que el Ayuntamiento de Barcelona había levantado la prohibición de llenar las piscinas y otras restricciones en el uso del agua. Y entonces me acordé de la travesía de los judíos y de su protervia ("obstinación en la maldad", según el DRAE). Coincidió además este bonito ejemplo de esquizofrenia colectiva (porque me imagino que montones de particulares se habrán lanzado a llenar ávidamente sus piscinas) con la lectura de un volumen recopilatorio de la revista Dinero, autopublicada por el dibujante Miguel Brieva, en la que no desentonaría este elocuente episodio de ceguera autodestructiva.
Por lo menos los judíos llegaron a la Tierra Prometida.

Un día de campo

Un día de campo
Por aquí suelo pasear

Un día de campo

Un día de campo
Esto está cerca de mi pueblo